¿LA PAJA EN EL OJO AJENO; LA LENTE EN EL OJO PROPIO?.

junio 23, 2016 § 1 comentario

Entrada.

En claro  contraste con el solemne clima de las muestras alusivas a los 40 años de existencia del Centro Cultural de España Juan de Salazar; en La Macchinetta –el café del CCEJS- se montó “Las palabras y las fotos”, una muestra (o recolección) fotográfica de Gabriela Zuccolillo. La propuesta se articula en base a la reproducción (ligeramente modificada) de ilustraciones fotográficas aparecidas en un medio popular de prensa.

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“Las palabras y las fotos”: vista parcial del montaje en La Macchinetta del CCEJS

Texto e imagen: ¿relaciones imposibles?.

De entre las varias cuestiones planteadas por Michel Foucault en ‘Las palabras y las cosas’ (al menos según creímos entenderlas), estaría aquel concepto de Episteme en tanto contexto posibilitante del conocimiento.

Simplificado esto a lo bestia: si para la filosofía clásica la Episteme podría definirse como el “conocimiento en tanto afirmación justificada” (opuesta a la “mera apreciación sin fundamento o Doxa”); para Foucault este concepto remite – más que al conocimiento en sí- sobre todo a las propias condiciones en las cuales puede (o no) producirse un conocimiento que sea aceptado como tal, según lo admita (o no) la estructura de poder imperante.

Por ejemplo: si en la Época Clásica la Episteme de la Historia Natural pasaba prioritariamente por la clasificación (taxonomía),  ésta -sin desaparecer- se complejizó en la (Moderna) Biología al desplazarse la Episteme del ordenamiento de analogías y diferencias de los objetos del conocimiento a la dimensión histórica del discurso científico.

(¿de allí –¿entre otras cosas?- el interés de Foucault en esa obra en la desopilante

-¿imposiblemente lúcida?- “clasificación” propuesta por Borges en “El idioma analítico de John Wilkins”?[1])

 

Vueltas de tuerca.    

Pero: ¿qué diablos tendría que ver lo arriba expuesto con esta muestra de fotografías, que seleccionó y amplio fotografías de prensa que denotan un uso de la ilustración periodística que –al menos- oscilan entre el humor, lo obvio y lo surreal?…

Quizás –de entre varios otros abordajes posibles-  que estas “fotos trouvées” de Gabriela Zuccolillo sugieren –al menos a nosotros- dos cuestiones convergentes vinculables a lo antes borroneado:

a) Que no necesariamente el “césped del MoMa siempre será más verde que el nuestro” (O que un infrarrojo en Dusseldorf dará siempre fotos más verdes que otro en Asuncion).

 

a.1.) Que la “liebre” también puede (azarosamente) “saltar” de/desde lugares inesperados;  ni tan lejanos ni tan “hípster-izados”. Y que según se sepa mirar (o se sepa “seleccionar”) tenemos a la vuelta de la esquina (o ni eso:  ante nuestras propias narices) usos del fotolenguaje que pueden resultar no menos surreales que el Juan Pablo II de Maurizio Cattelan o no menos conceptuales que las Tres sillas de Joseph Kosuth (o si no tan surreales ni tan conceptuales, al menos más honestamente “nuestros;  y que  esos otros usos desfachatados indicarían no tanto “formas” literales que reproducir, sino más bien un camino susceptible de explorarse)

Colateralmente: ¿el valor de la fotografía (vista como «fetiche», tradicionalmente)  deliveradamente se diluye en esta muestra dada la  reproducción de las imanes en papel diario?…Esto es: se preferencia en las fotografías su  «valor de uso» -simbólico-, por sobre su «valor de cambio» -económico-?

[1] En donde un tal “doctor Franz Kuhn  atribuye a cierta enciclopedia china que se titula ‘Emporio celestial de conocimientos benévolos’ el ordenamiento (taxonomía) de los animales) en: (a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (1) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.

payaso

manguera

rodilla

pora

Algunas de las imágenes presentadas en la muestra.

Vale decir –por ponerlo aún más a lo bestia-: que debidamente mirados y re-colocados ciertos usos locales de la fotografía (precisamente por irreverentes), pueden también resultar más libres en su “cachiai” desprejuicio;  y que –justamente- desde su “localismo” no necesariamente resultarán negados de universalidad (sea que en su origen eso haya sido consciente o no -poco importaría- porque como en el futbol lo que cuenta finalmente son los goles convertidos)

Y en ese sentido (partiendo de a) y a.1.)) cabría también proponer que “Las palabras y las Fotos” reviste –más allá de su humor-  un claro sesgo político al plantear cuestiones no menores sobre la Episteme fotográfica local contemporánea (concretamente la de su Doxa[1]),  en la medida en que  aborda críticamente aspectos asimilables a las condiciones sociales de producción de los discursos simbólicos fotográficos (principalmente los de la naturaleza de sus referentes)

 

Mejor dicho…

¿Pero por qué “pesadear” poniéndonos (ñembo) solemnes ante estas imágenes que en sí mismas resultan tan auto-explicativas como divertidas? (esto es: tan serias, asumiendo que pocas cosas las hay tan serias como el humor)

Mejor sigámosle el juego a la fotógrafa (hoy en plan de “recolectora” y/o “editora”) y doblemos nosotros mismos su apuesta por la cita con otra cita: que hablen otros que ya lo han dicho mejor,  hace mucho tiempo:

 

“Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.

 

Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: «Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla».  A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.

 

Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.

 

El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: ‘¿Quién eres y cuál es tu patria?’. El otro declaró: ‘Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí’. El Capitán le preguntó: ‘¿Qué te trajo a Persia?’ El otro optó por la verdad y le dijo: ‘Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste’.

 

Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decirle: ‘Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete’.

 

El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio bendición y lo recompensó”.

 

(Jorge Luis Borges: Historia de dos que soñaron)

 

[1] No ya en un sentido aristotélico, sino en la acepción de Pierre Bourdieu.